El individuo como energía

Cuando nos permitimos desarrollar nuevas sensibilidades empezamos a ver un mundo totalmente distinto.

Comenzamos a prestar mas atención a aspectos de la experiencia que antes pudieron antojársenos superficiales. Descubrimos que estamos utilizando un nuevo lenguaje para comunicar nuestras nuevas experiencias. Expresiones como “malas o buenas vibraciones” o “sentí una enorme energía” se van convirtiendo en expresiones de todos los días.

Empezamos a dar mas importancia a experiencias tales como, conocer a una persona que, instantáneamente nos cae bien o mal. Nos gustan sus “vibraciones”.

Podemos decir cuando nos está mirando alguien y levantar la vista para ver quién es. Podemos tener la sensación de que algo va a pasar, y ocurre realmente.

Empezamos a prestar oídos a nuestra intuición.

“Sabemos” cosas, aunque no siempre tengamos la explicación para el cómo lo sabemos. Tenemos  la sensación de que un amigo se siente de determinada forma o que necesita algo, y, después, descubrimos con satisfacción, que teníamos razón.

A veces, cuando nos preocupa algo, podemos sentir un nudo en el estómago o una sensación de opresión en el pecho. Y otras veces, podemos sentir como nos envuelve una nube de cariño o ternura.

Todas estas sensaciones tienen su realidad en los campos energéticos.

Nuestro mundo de sólidos bloques de hormigón y de creencias cartesianas,  está inmerso en otro mundo de energía que fluye en incesante movimiento, que las personas que consiguen ver el aura humana, pueden observar.

Tras siglos de descrédito, la ciencia moderna, nos dice que el organismo humano no es una mera estructura física formada por moléculas únicamente,  sino que, también las personas, como todo lo demás, estamos constituidas por campos magnéticos.

Pasamos del mundo de formas sólidas y estáticas a otro formado por campos energéticos dinámicos. Y descubrimos que, también nosotros, tenemos mareas como los océanos y cambiamos constantemente.

Los científicos se adaptan a esta nueva visión adaptando la técnica a esta nueva realidad.

Adaptan aparatos a medir estos sutiles cambios  y desarrollan instrumentos para detectar los campos energéticos de nuestro cuerpo y medir sus frecuencias. Miden las corrientes eléctricas del corazón con los electrocardiogramas y del cerebro con electroencefalogramas, los tonos eléctricos de los músculos con electromiogramas y los campos magnéticos del cuerpo con otros mucho más sofisticados que ni siquiera tienen que tocar el cuerpo y hasta es posible fotografiar el aura con aparatos como la cámara Kirlian.

Dado que la medicina actual depende cada vez más de estos instrumentos, se están redefiniendo los conceptos de enfermedad y salud en términos de impulsos y pautas energéticas.

Así nos hemos lanzado a un mundo de campos energéticos  vitales, campos de pensamiento y formas bioplasmáticas que están alrededor del cuerpo y se desprenden de él.

Sin embargo, si repasamos la literatura veremos que esto no es nuevo.

La humanidad tiene esos conocimientos desde el principio de los tiempos. Sencillamente se está redescubriendo en nuestra época.

La única diferencia estriba en que antes “se sentía” y ahora se puede medir  y por ello es más fácil convencer a los científicos occidentales que se concentraron en el conocimiento del mundo físico y adoptaron la postura de Santo Tomás, “si no se ve y no se toca, no existe”.

Afortunadamente la física  newtoniana ha cedido su puesto, gracias a Einstein, sobre todo, a las teorías de la relatividad, la electromagnética y las partículas. Cada vez somos más capaces de comprender las relaciones existentes entre la objetividad científica de nuestro  mundo y la subjetividad sensorial humana.

Todavía falta mucho para que la ciencia occidental asuma definitivamente que hay múltiples realidades universales que no pueden ser reproducidas en un laboratorio, por más innovadora que logre ser  la tecnología.

Si bien las máquinas Kirlian pueden registrar la presencia del aura humana (hecho negado  por los científicos  “realistas” durante mucho tiempo) y si bien, durante siglos, las ciencias se negaban a aceptar los mundos espirituales, poco a poco va admitiéndose avances en la comprensión de lo aparentemente incompresible. Sin duda ha contribuido a ello la Física cuántica.

 

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